Un síntoma anonadado por su propia presencia se hará palabra. Un resto animal en el hombre, antes del psicoanálisis, inconmovible, podrá ahora, después del nacimiento del psicoanálisis, acceder a humana presencia. Toda ciencia es ciencia de una ideología. Toda palabra es muerte de una cosa. Todo saber finalización de una ilusión. Y es en el campo de la ilusión donde la ideología asienta su trono, y es en el límite de la certeza sensible hasta donde llega su poder. Y serán sus instrumentos, entonces, todo lo que en el hombre pueda captar sensiblemente lo real, es decir, todo lo que el hombre pueda registrar como real cuando mira, cuando toca, cuando piensa en soledad. La ideología es el tiempo donde el hombre reconoce y desconoce a la vez las determinaciones de lo que le toca padecer como reconocimiento. Conocer parece ser otra cosa que sentir, parece ser otra cosa que ver, parece ser otra cosa que reconocer.
Conocer será interpretar lo reconocido, más que para alcanzar otro nivel de comprensión, para transformar lo visto y tocado (lo reconocido) en otra cosa. Porque la interpretación no está en los hechos, sino que los hechos sólo existen después de ser interpretados. Y sólo existen para transformarse en otros hechos, ya que la cadena significante no dejará de fluir. Porque si esto aconteciera, no habría de ser la interpretación una interpretación psicoanalítica. Si esto ocurre, podemos decir finalmente que alguien teme por las palabras que tendremos que llegar a pronunciar. Y que en todos los casos serán palabras que tendrán que ver con nosotros, porque del hombre sólo temo las palabras que de él me otorgan una medida de lo humano.
Y si ha quedado claro lo que debería ser una interpretación, no ha quedado clara la posibilidad de su fundamento o, para decirlo de otra manera, el fundamento de su verdad.
Y esto no es otra cosa que lo que brinda el trabajo teórico, el descentramiento acerca de la cuestión, para poder decir de ese vacío que reina en mí, cuando estoy unido a la cosa por los lazos de la ideología, que no son otra cosa que los lazos con los cuales, como científico, ato mi vida al mundo de los hombres. Pasaje espectacular, que sólo podrá ser nombrado por fuera de la casa donde se produce la ruptura. Es decir, si lo que se rompe, se rompe también en mí, no deberé estar en la cosa para nombrarla. Parecería ser como si el hombre en estos últimos siglos tuviera que determinar un centro del sistema que nunca es él. Como si haberse podido descentrar para separarse de la cosa, para transformar el ábaco en la ley de los números naturales lo llevaran en todos estos descubrimientos a hablar de un sistema en el cual el hombre, por hombre, está excéntrico de él.
No es él, el hombre, el que determina las mallas de sus relaciones sociales, no es el hombre el que elige los modos de vida dentro de su inscripción social, él es elegido por el sistema social. No es el hombre, no soy yo el que decido las palabras que he escrito, ni las palabras que pronuncio frente a ustedes, sino que es él, el Otro, el que a mí me falta, el inconsciente, donde se generan estos pensamientos.
Antes de 1900 el pasado existía como determinante y lo que antes era un simple desplazamiento en el cuerpo de la paciente que Freud describía fenomenológicamente con la palabra desplazamiento, después de 1900 tiene detrás de sí el concepto de transferencia, es decir, la movilización de una carga de una representación a otra representación, por lo tanto un desplazamiento que veía, y hasta podía tocar, desconocía cuáles eran sus fundamentos estructurales de producción.
Es con "La interpretación de los sueños" que Freud pone no un límite vivencial, no un límite ideológico, no un límite de los sentidos a la interpretación onírica, sino un límite teórico y se llama ombligo del sueño. Cuando se llega allí se detiene la interpretación psicoanalítica, no es que el psicoanalista tenga ganas de seguir o que el paciente quiera recuperar lo que no pudo. Lo real inconsciente es imposible.
Que la técnica sea la transferencia y la asociación libre querrá decir que lo que se promoverá será la asociación libre y que la transferencia acontecerá siempre como resistencia a la asociación libre. El psicoanálisis comienza más allá de la transferencia, antes es el psicoanálisis de la transferencia, y el psicoanálisis de la transferencia es el psicoanálisis de las resistencias al psicoanálisis.
Si para conseguir formular el objeto teórico tuve que descentrarme, es decir, tuve que ser un otro de mi conciencia, cuando tengo que interpretar tengo que ser un otro de mí en tanto lo que tengo que interpretar tiene que ser para el paciente, el deseo del Otro, el deseo de su propio inconsciente y no del mío, querrá decir que cuando interpreto yo no tengo deseos, a menos que mi deseo sea ser la función, es decir, interpretar. No es la afectividad del psicoanalista la que determina, ni el grado de enfermedad, ni el tratamiento, ni la cura, ni el alta, es la teoría. Momento teórico, entonces, donde habrá que dejar de interpretar y esto no por la finitud del inconsciente, sino por los límites impuestos por la teoría psicoanalítica al sujeto.
Habíamos dicho que la ciencia es lo posible de ser determinado, un punto minúsculo, una visión estrecha del mundo. Que el psicoanálisis sea la ciencia del sujeto tampoco le da derecho de transformarse en una visión del mundo, en tanto ciencia.
Sin embargo esta operación de descentramiento que permite transformar la ceguera de la ideología en claridad simbólica no puede, aunque lo intente, terminar con la ideología. Puede, eso sí, interpretarla, rectificarla y hasta transformarla, pero no puede terminar con ella, porque ella es la propia vida del sujeto. Y la propia vida de los sujetos se desarrolla en el campo de la carne, campo infinito y cambiante, ya que cuando determinamos algo en el campo del cuerpo no es para precisar su muerte sino, tan sólo, su transformación. Y es así como un espacio de tiempo después del descubrimiento, y como del hombre se trata, hablamos de lo que hablamos, volveremos a sentir celos, envidia, egoísmo o cualquier otra tontería, que son esos sentimientos llamados humanos, reconociéndolos y en su real dimensión apasionada, en nuestro cuerpo y en nuestra propia vida, y sin embargo desconociendo no sólo la estructura que hace posible en cada sentimiento una verdad, sino también desconociendo los mecanismos de que dicha estructura se vale para realizar el trabajo de transformación.
A esto lo denominamos trabajo inconsciente, cuyo único destino es transformar el deseo inconsciente en verdad para posibilitar su expresión.
Y ahí donde el síntoma impera como verdad y como verdad impera la palabra, los actos fallidos, el chiste, los sueños, la ciencia, la locura, la poesía, allí es donde se inicia ahora un nuevo trabajo, que será el trabajo del psicoanálisis (no ya del inconsciente) el que, desde los efectos últimos de aquel otro trabajo, construirá ahora teóricamente la estructura determinante de dichos efectos. El hombre no tiene del inconsciente sino sus efectos, ya que su inconsciente no está en él, sino en la palabra del otro. Palabra que no lleva debajo su imagen iconográficamente representada, sino que lleva debajo otra palabra, que tampoco sabe nada de ella, sino en la reunión con otras palabras.
Cadena significante, donde el sujeto es, no lo que recorre la cadena, sino el que con su propia vida como sujeto, la funda. Y sé que nunca sabré el significado de las palabras que pronuncié, si no soy capaz, si no me atrevo a pronunciar otra palabra y otra y aún otra más, porque como humano debo saber que, para lo humano, no hay último sentido.
Conocer será interpretar lo reconocido, más que para alcanzar otro nivel de comprensión, para transformar lo visto y tocado (lo reconocido) en otra cosa. Porque la interpretación no está en los hechos, sino que los hechos sólo existen después de ser interpretados. Y sólo existen para transformarse en otros hechos, ya que la cadena significante no dejará de fluir. Porque si esto aconteciera, no habría de ser la interpretación una interpretación psicoanalítica. Si esto ocurre, podemos decir finalmente que alguien teme por las palabras que tendremos que llegar a pronunciar. Y que en todos los casos serán palabras que tendrán que ver con nosotros, porque del hombre sólo temo las palabras que de él me otorgan una medida de lo humano.
Y si ha quedado claro lo que debería ser una interpretación, no ha quedado clara la posibilidad de su fundamento o, para decirlo de otra manera, el fundamento de su verdad.
Y esto no es otra cosa que lo que brinda el trabajo teórico, el descentramiento acerca de la cuestión, para poder decir de ese vacío que reina en mí, cuando estoy unido a la cosa por los lazos de la ideología, que no son otra cosa que los lazos con los cuales, como científico, ato mi vida al mundo de los hombres. Pasaje espectacular, que sólo podrá ser nombrado por fuera de la casa donde se produce la ruptura. Es decir, si lo que se rompe, se rompe también en mí, no deberé estar en la cosa para nombrarla. Parecería ser como si el hombre en estos últimos siglos tuviera que determinar un centro del sistema que nunca es él. Como si haberse podido descentrar para separarse de la cosa, para transformar el ábaco en la ley de los números naturales lo llevaran en todos estos descubrimientos a hablar de un sistema en el cual el hombre, por hombre, está excéntrico de él.
No es él, el hombre, el que determina las mallas de sus relaciones sociales, no es el hombre el que elige los modos de vida dentro de su inscripción social, él es elegido por el sistema social. No es el hombre, no soy yo el que decido las palabras que he escrito, ni las palabras que pronuncio frente a ustedes, sino que es él, el Otro, el que a mí me falta, el inconsciente, donde se generan estos pensamientos.
Antes de 1900 el pasado existía como determinante y lo que antes era un simple desplazamiento en el cuerpo de la paciente que Freud describía fenomenológicamente con la palabra desplazamiento, después de 1900 tiene detrás de sí el concepto de transferencia, es decir, la movilización de una carga de una representación a otra representación, por lo tanto un desplazamiento que veía, y hasta podía tocar, desconocía cuáles eran sus fundamentos estructurales de producción.
Es con "La interpretación de los sueños" que Freud pone no un límite vivencial, no un límite ideológico, no un límite de los sentidos a la interpretación onírica, sino un límite teórico y se llama ombligo del sueño. Cuando se llega allí se detiene la interpretación psicoanalítica, no es que el psicoanalista tenga ganas de seguir o que el paciente quiera recuperar lo que no pudo. Lo real inconsciente es imposible.
Que la técnica sea la transferencia y la asociación libre querrá decir que lo que se promoverá será la asociación libre y que la transferencia acontecerá siempre como resistencia a la asociación libre. El psicoanálisis comienza más allá de la transferencia, antes es el psicoanálisis de la transferencia, y el psicoanálisis de la transferencia es el psicoanálisis de las resistencias al psicoanálisis.
Si para conseguir formular el objeto teórico tuve que descentrarme, es decir, tuve que ser un otro de mi conciencia, cuando tengo que interpretar tengo que ser un otro de mí en tanto lo que tengo que interpretar tiene que ser para el paciente, el deseo del Otro, el deseo de su propio inconsciente y no del mío, querrá decir que cuando interpreto yo no tengo deseos, a menos que mi deseo sea ser la función, es decir, interpretar. No es la afectividad del psicoanalista la que determina, ni el grado de enfermedad, ni el tratamiento, ni la cura, ni el alta, es la teoría. Momento teórico, entonces, donde habrá que dejar de interpretar y esto no por la finitud del inconsciente, sino por los límites impuestos por la teoría psicoanalítica al sujeto.
Habíamos dicho que la ciencia es lo posible de ser determinado, un punto minúsculo, una visión estrecha del mundo. Que el psicoanálisis sea la ciencia del sujeto tampoco le da derecho de transformarse en una visión del mundo, en tanto ciencia.
Sin embargo esta operación de descentramiento que permite transformar la ceguera de la ideología en claridad simbólica no puede, aunque lo intente, terminar con la ideología. Puede, eso sí, interpretarla, rectificarla y hasta transformarla, pero no puede terminar con ella, porque ella es la propia vida del sujeto. Y la propia vida de los sujetos se desarrolla en el campo de la carne, campo infinito y cambiante, ya que cuando determinamos algo en el campo del cuerpo no es para precisar su muerte sino, tan sólo, su transformación. Y es así como un espacio de tiempo después del descubrimiento, y como del hombre se trata, hablamos de lo que hablamos, volveremos a sentir celos, envidia, egoísmo o cualquier otra tontería, que son esos sentimientos llamados humanos, reconociéndolos y en su real dimensión apasionada, en nuestro cuerpo y en nuestra propia vida, y sin embargo desconociendo no sólo la estructura que hace posible en cada sentimiento una verdad, sino también desconociendo los mecanismos de que dicha estructura se vale para realizar el trabajo de transformación.
A esto lo denominamos trabajo inconsciente, cuyo único destino es transformar el deseo inconsciente en verdad para posibilitar su expresión.
Y ahí donde el síntoma impera como verdad y como verdad impera la palabra, los actos fallidos, el chiste, los sueños, la ciencia, la locura, la poesía, allí es donde se inicia ahora un nuevo trabajo, que será el trabajo del psicoanálisis (no ya del inconsciente) el que, desde los efectos últimos de aquel otro trabajo, construirá ahora teóricamente la estructura determinante de dichos efectos. El hombre no tiene del inconsciente sino sus efectos, ya que su inconsciente no está en él, sino en la palabra del otro. Palabra que no lleva debajo su imagen iconográficamente representada, sino que lleva debajo otra palabra, que tampoco sabe nada de ella, sino en la reunión con otras palabras.
Cadena significante, donde el sujeto es, no lo que recorre la cadena, sino el que con su propia vida como sujeto, la funda. Y sé que nunca sabré el significado de las palabras que pronuncié, si no soy capaz, si no me atrevo a pronunciar otra palabra y otra y aún otra más, porque como humano debo saber que, para lo humano, no hay último sentido.
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