domingo, 31 de enero de 2010

BOINA AZUL


Esta mañana, hurgando
por los techos vacíos y mojados
por los pisos y las maderas de los pisos,
temblando una canción,
he visto a una muchacha.

Caminaba gris, en este cielo gris
con una mano débil, tendida
en los bostezos de los hombres,
para tocar el viento que le negaban.

Ese viento fuerte
que se debatía en sus piernas mojadas
por el último rezongo de la lluvia.

Porque había llovido
y las caderas húmedas de las casas
se movían ligeras hacia el hombre
que conmovió en la mañana gris
a la muchacha que caminaba sola
sobre los techos y los pisos mojados.


Miguel Oscar Menassa
De "Pequeña historia", 1961

sábado, 30 de enero de 2010

MAS ALLÁ DEL ULTIMO CANTO VOLVER ES IMPOSIBLE

Pasaron cinco siglos
y todo,
fue verdad.
Los vaciadores de entrañas,
los violadores de sarcófagos.
llegaron con sus bombas,
al centro de la tierra.
Querían conquistarlo todo
y tenían,
una desmedida pasión,
-perversa-
por los encuentros virginales.
Amar,
aman por sobre todo,
la blancura,
la asepsia,
una especie de sordo capricho,
en construir,
murallas infranqueables,
en organizar nuestros sentidos,
y además,
claras argucias,
modelos encantados,
rutilantes titulares en los periódicos,
para ver,
si es posible,
que desviemos la mirada.

No nos dejan vivir.
Sólo precisan,
que no tengamos hambre,
¡tanta!
y para nuestro deseo
las reliquias,
las torpes fieras entontecidas por la vejez,
los desperdicios,
en fin,
para nosotros,
PAN y CIRCO.
La tibia
y melancólica,
costumbre de los pueblos bárbaros.

Para sobrevivir,
para que no me matara,
el tenaz e imperceptible aburrimiento,
fui el enano,
y fui también,
gigante entre la niebla.
Un hombre marcado por la viruela boba,
-quiero decir,
tocado,
por una enfermedad sin importancia-
Útil
para un destino grande,
o bien,
uno pequeño.
Un gajo de humanidad,
hecho carne.
Violenta insinuación.
Huyo,
ahora,
tranquilamente
de la biblia
y me masturbo,
con la cálida virgen,
exactamente,
enfrentado a la cruz.

Ave María,
impura,
pecado y maravillas
En el atardecer,
divina puta,
te entregarás,
a mi mortal enfermedad,
el buche de palabras.
Resistir cristianos,
no podrán,
tengo en mi poder,
el secreto del siglo.
La mierda,
más pura,
contra la cruz:
hijos de carne y hueso,
amables palabras
que recuerdan,
cánticos de guerra,
y el humo de mi tabaco,
siempre mortal.
Y sin embargo,
temo como final,
que nos inventen,
el HAMBRE,
contra nosotros mismos.
Vale decir,
que estoy desesperado
y sé
que moriré de bronca un día
y nadie,
sabrá nada.
Ni mis muchachos,
ni las locas serpientes

Y moriré de bronca un día,
porque tengo en mi pecho,
el odio contra todo:
contra las bellas mujeres y los amigos,
contra el estúpido indio americano
y su soberbia,
y un odio inmemorial
contra los impotentes blancos,
de américa del norte,
contra los que nunca,
hicieron el amor.
Odio en mi pecho,
contra la vieja europa,
la inventora del hambre y de la guerra,
la inventora,
de la más alta esclavitud,
la propiedad privada.

Y bien,
digan lo que digan,
soy,
el único poeta de este siglo.
La gran máscara.
Yo también,
tengo en mi pecho,
a mi Neruda,
quiero,
mi isla negra,
y no crean,
que digo tonterías,
busquen en mi poesía
y encontrarán,
que mis uvas maduras,
son,
las más profundas,
las uvas del festín final,
las más negras.
Y ahora,
si quieren,
para perdonarme,
pueden pedirme que rece,
que me ponga a llorar,
que con mi poesía,
la verdadera,
destruya los demonios,
como hice con dios.
Y si soy,
el claro manantial,
que horada la piedra,
puedo llorar,
por todos los pecados
y amar a dios,
y a su diáfano y enloquecido,
séquito de leprosos.
Temo,
entonces el infierno,
temo,
morir envenenado.
Y si el poeta se burla,
es,
un idiota profundo,
no tiene en cuenta el porvenir,
lo dice todo.
No entiende,
-ni siquiera para vivir-
de política.
Y si lo encierran,
el poeta,
ruge de tristeza,
y su rugido
se expande,
hasta el confín del universo.

Esta vez,
el poeta,
no correrá,
tras los diamantes,
de ninguna playa armoricana,

ni del áfrica negra.
Esta vez,
el poeta
sin oro en su cintura,
sin cruz en sus espaldas,
se dedicará,
ni a la política,
ni al ocio.
Esta vez,
para acallar,
el canto del poeta,
habrá que matarlo.
Y si alguien intenta,
la inmensa porquería de matarlo,
el Poeta,
parece ahora,
una bandera,
pero,
asesino inmortal de toda la blancura,
amante empecinado de la destrucción,
de toda la pureza,
no deja de cantar.

Miguel Oscar Menassa
De "Canto a nosotros mismos también somos América", 1978

miércoles, 20 de enero de 2010

SUPERVISIÓN ASTRAL

Supervisión astral
vivo en el mundo
por encargo de la poesía.

Ave de mar
incendio de borrascas.

Lejanas serpientes me recuerdan,
primitivos aconteceres.

Desentierro el aguijón de la duda
y, esta vez,
en lugar de volar
anclo.

En mi casa,
a solas con mi grandiosidad,
tomo un trozo de barro
y hago del hombre una canción.

Paseo por las letras
¿viste?
paseo por las letras.

Toda mi verdad es la poesía,
suprema desviación sin límites.
Más allá de su cuerpo nada hay,
por eso vivo donde vivo.

Miguel Oscar Menassa
De "La poesía y yo", 2000

lunes, 18 de enero de 2010

LA MUJER Y YO (nº 23) de Miguel Oscar Menassa

Ella, a veces, pedía cada cosa
que enseguida disparaba mi imaginación.
Un día me preguntó por el exilio y le dije:

Hoy he pintado de la muerte algún brillo
y la lujuria incuestionable del hambre.
No es que haya muerto o haya comido algo
fue un verde que rasgó la realidad
que atravesó los rojos y los serenos malvas
que se adueñó del centro de la vida
que fue a la vez, verde y canción,
verde y fuego y sombra y corazón
y sembró todo el mundo
de cuerpos verdes floreciendo al amor.

No fue la luna posándose en mi mano
fue el plata de mi infancia donde un río
era agua y metal, reflejo y movimiento.
Cuando la plata de mi río canta
hasta el sol se estremece tal cual un hombre,
lujurioso, frente a los brillos de la amada.

El río turbio y varón y la mujer de plata,
hacen frente a una ciudad desconsolada,
de una manera permanente, el amor.
Después, dibujo una clara princesa
en un nuevo cuaderno
y llego de esa manera a Plaza de España
y no recuerdo si no es con alegría
los primeros años del exilio.

De comer no tenía, seguí diciendo,
y el frío diferente me congelaba
pero caminar por la calle
como si fuera un huérfano,
sin techo y sin amor, me hacía bien,
no exactamente fuerte, pero más precavido:
Ningún viaje más alterará mi vida.
Me quedo aquí, al sur de Europa,
en Madrid, para siempre, escribiendo.
Sin mirar atrás, le dije mirándola a los ojos,
pero tampoco mirando hacia delante,
sin mirar, sentado y escribiendo, eso es todo.
Y ha pasado, mi amor, más de un cuarto de siglo
y aquí me tienes, sentado y escribiendo.

Todo pasó por mí y todo se alejó.
Nunca retuve nada y nunca
dejé que nada se escapara.
Todo lo mío estaba ahí, conmigo
y fui un poema roto o siempre por hacer
una piel enamorada de sí misma o muerta
y las calandrias, eso sí, las calandrias
haciendo círculos ilusorios
sobre la piel del tiempo,
volaban a nuestro lado hasta morir.
Puedo asegurarte, mi amor, que,
exactamente, en medio del dolor,
el espectáculo de las rosas creciendo,
al paso de los años, era maravilloso.

Está bien, dijo ella,
me doy por enterada.

sábado, 9 de enero de 2010

"El oficio de poeta" de Miguel Oscar Menassa

Envuelto en las brumas del tedioso vivir,
sólo la poesía me acompaña.

Cuando voy por la vida, Ella,
suele asombrarse de mi soledad.
Le digo que no importa,
en su presencia el mundo se detiene para mí,
el oro brilla para mí
las mujeres más altas bailan para mí,
los pájaros más nocturnos velan mi sueño.

Envuelto en los poderosos ruidos de la máquina
sólo su voz humana me acompaña.

Cuando hacemos el amor, Ella me reprocha,
amarla como si fuera única.
Le digo que no importa,
en su presencia el mundo detenido en mis manos
se abre para mí, lo múltiple se abre para mí,
añejas pasiones y amores venideros,
delirios y mujeres, se abren para mí,
diosas enamoradas y diademas, belleza embrutecida,
el aire se abre para mí, los espacios abiertos
donde nuestro gran sol es una estrella más.

Envuelto en las sutiles marañas del poder,
toda la vida es Ella.

Cuando Ella me encuentra en esa encrucijada,
donde yo mismo soy el amante de la muerte,
Ella baila desnuda para mí
y desnuda, despojada, también, del amor,
dispara sobre mí para que no muera,
un millón de palabras en libertad.
Le digo que no importa,
en su presencia danzarina, la muerte deja de brillar,
tiemblan los cementerios,
se abren los corazones profundos de la tierra,
la vida nace por doquier
y el frenesí es color, vértigo, duda,
danza de la alegría sin escrúpulos,
alegría en plena libertad,
muerte de la muerte.